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Juliana OSPINA ÁLVAREZ

Sandra (38) quiere creer que sus grandes prótesis de silicona la hacen invencible. Entre maniquíes voluptuosos y vitrinas de ropa, vende el mismo ideal de belleza que la asfixia. Pero un diagnóstico la enfrenta a lo que no quiere ver: sus implantes están rotos y también la imagen en la que basó su autoestima. Debe extraerlos o su vida estará en riesgo. Oculta todo a su novio e hija, Vanessa (21), lesbiana y tatuadora amateur, en quien -sin querer- ha sembrado la misma inseguridad. Incapaces de hablarlo, solo agrandan el abismo que las separa. Pero a veces, lo que no se dice, se puede tatuar en la piel. Y al hacerlo, se reescribe también la forma de aceptarse.